Como resultado del séptimo Dossier; encuentros colaborativos, se generó un encuentro de saberes para la producción de espacios críticos en el Posgrado de la Facultad de Artes y Diseño. Para ello se trabajó desde las premisas del grupo de investigación GIAI_AE (Grupo de Investigación Acción Interdisciplinaria en Arte y Entorno), que fundamenta su labor en tres territorios eje: conocimiento, información y comunicación, para consolidar así procesos académicos del área de Arte y Entorno de la FAD/UNAM, generando proyectos para la participación pública. También se trabajó con el colectivo de prácticas artísticas ‘Peridemia’ (compuesto por Carolina Angüis, Claudio Iván Pérez, María Ayala, Mónica Martínez y Yoalith Moreno), quienes se presentaron a la convocatoria, y que basan su trabajo en el reconocimiento de contextos y problemáticas actuales, así como en la búsqueda de formas efectivas de activación de procesos para proponer derivaciones críticas desde la intervención artística. Además de ellos, colaboró de manera externa el artista Fredy Buitrago.
La premisa fue crear un territorio alterno para generar reflexiones sobre las problemáticas sociales, como respuesta a la compartimentación académica. ‘¿Cómo intercambiar pensamientos para reflexionar las problemáticas sociales desde las distintas áreas del posgrado en Artes y Diseño?’, fue la pregunta rectora. Desde ella se planteó un ejercicio de vinculación y distribución del conocimiento a partir de los procesos que se detonan en la producción artística, lo cual es fundamental si se piensa que muchos datos, conexiones, reflexiones, análisis, propuestas críticas y colaboraciones derivadas del trabajo académico, constituyen modos de ver y hacer tangibles; capitales simbólicos que determinan contextos que trascienden el mero territorio de la producción de objetos de arte.
Así, mediante un ejercicio denominado ‘Tentempié’ en el que se compartió el alimento y se emularon y desviaron implementos propios de restaurantes de cadena en los que se disponen en manteles de papel juegos infantiles, esquemas y cuadros a completar, se abrieron canales de comunicación para hacer visibles puntos de vista y planteamientos de quienes generan piezas e investigaciones desde las artes. Un punto de partida para proponer futuras colaboraciones entre los participantes, que busquen incidir desde su subjetividad e intereses sobre problemáticas vinculadas a lo social. El trabajo abarcó tanto a la comunidad del posgrado en Artes y Diseño, como a investigadores independientes y productores culturales, con el fin de poner en juego diversos trabajos, creando un espacio de intercambio que no desvinculara el ejercicio de la crítica con el placer —en este caso culinario.
El montaje cumplió sus primeros objetivos: si bien habrá procedimientos a mejorar, si es que se decide continuar de manera conjunta con los ‘tentempiés’, fue posible al menos reconsiderar un espacio no convencional para el intercambio. Una breve, pero sustanciosa, Zona Temporalmente Autónoma, en la que se esbozaron posibles cruces y opciones para la colaboración entre los diversos participantes, mientras se repartían todo tipo de bocadillos que fueron el pretexto para producir un entorno amable y propositivo en el que diversos actores entretejieron puntos de vista, y que al final se vertieron en un pequeño fanzine creado in situ que reunió copias de los manteles intervenidos por los grupos, y el cual se repartió al final entre todos los participantes.
Comentario crítico.- La congregación siempre tendrá algo de inexplicable, algo de paradójico. Porque en grupo las cosas parecen ser siempre mejores, aunque sea muy difícil registrar a cabalidad lo que ahí ha ocurrido en verdad. Las voces se entrecruzan y las opiniones se diversifican. En estos términos, ‘Tetempié’ fue un éxito, pues en un par de horas fue posible desarrollar con ritmo una experiencia dialogal muy rica. La planificación fue asumida con seriedad, y a la vez con ingenio, desde la cual si bien se procedía con cierto control de los acontecimientos al intentar regular una experiencia que pasaba también por lo culinario, permitía que las conversaciones se desarrollaran en plena libertad. Y es que en un inicio había claridad en el objetivo, pues se trató de un proceso que culminaba una serie de discusiones vinculadas a la ocupación del espacio y a las políticas que de ello se derivan. Visto así, resultaba oportuno bajo cualquier pretexto ocupar aquel no-lugar vaciado de sentido en el edificio de Posgrados en la UNAM. Porque justo ahí, en ese afuera fue donde pudo hablarse de lo que ocurre adentro, con cierta horizontalidad y de manera afable.
Una observación me parece pertinente, sin embargo; la mayoría de anfitriones que organizaban el evento, nunca se sentaron en las mesas de los comensales a hablar de lo primordial para todo este montaje y centro fundamental de la intervención, asumiendo tan solo el papel de facilitadores, o de quienes llevaban las viandas. Parecía que la mayoría intentaba aislarse un poco de lo que pasaba en las mesas, concentrados en un imaginario en el cual ellos no formaban parte de lo que ahí acontecía, entregados al intento de producir una sensación específica a partir de los platos servidos, y no más. Si es que esto hubiese sido una comida de degustación, aquel gesto hubiese sido suficiente. Pero aquel era un momento para hablar de las distancias que se generan en el campo de educación artística. No era muy difícil observar, pues, que lo que en las mesas se debatía eran las políticas sobre inclusión o exclusión en el arte, becas, difusión de obra, burocracia, etc. Por mucho que la experiencia hubiese sido afortunada desde el punto de vista de los paladares y los espíritus a los que se deseaba afectar, no se trataba de sanar relaciones, sino de encontrar vías para su crítica real.
Lo anterior es, por supuesto, un momento que puede mejorarse, pues se esperaría la posibilidad de repetición, para que el trabajo no quede como mero acto aislado y espontáneo. Sin embargo, esto ya denota algo que pasa en el aislamiento que muchos productores culturales tienen al ocuparse de una obra de apariencia disidente. Absorbidos por una funcionalidad que se presume elevada para un determinado goce estético, se olvidan fácilmente las relaciones de poder que determinan aquello que se espera del artista. Una funcionalidad operacional para el deleite, pero no la coparticipación crítica. Resulta paradójico que, siendo ellos quienes establecieron las necesidades del encuentro, fuesen los mismos que decidieron silenciar su propia voz.